Habían pasado tantos meses, días, horas, minutos y segundos, que cuando volvió a releer el manuscrito envuelto en ese cajón mugriento, cubierto de polvo, seguro que ya no se acordaría de quién se vengaba en su última novela. “A los periodistas les gusta preguntar por su origen, el por qué del nombre, quiénes son los protagonistas… ¿Qué les vas a contestar?”-le preguntó el editor- “La verdad. Que no me queda memoria. Pero no te preocupes. Los protagonistas responderán en mi lugar sus preguntas. Cuando se publique, recordarán probablemente quién seré, sabrán quién soy y no olvidarán quién fui”. Se imaginó cómo sería el gran día ¿Haría alusión a los que murieron pero le ayudaron mientras vivía? ¿Nombraría a los que ya desaparecieron y tanto significaron? ¿Seguirían existiendo los vivos que tanto le apoyan? ¿Mencionaría a su abuelo, a su madre, a su tía y al padrino? ¿Le reconocería su padre? No corren buenos tiempos y la literatura también es una víctima de esta crisis con la que muchos nacimos. La novela se retrasó y las petunias del otoño se transformaron en euphorbias con el frío del invierno. Los rayos del sol de la primavera deshicieron la nieve y salieron las petunias que desaparecieron con las margaritas blancas y el calor que ya anunciaba el verano. Cuatro estaciones comprobando las hojas una y otra vez. Creó su propia partitura de piano para que las palabras bailasen y modificar los posibles finales, que, posteriormente, se convierten en inicios. Principios debatidos en conflictos entre el pasado y ayer contra el mañana y después.
¿Y ahora?
Ahora la luz se adentra por los cristales iluminando sus ojos que un día decidió no cerrar
¿Y en este momento?
En este momento divaga sólo en la oscuridad desnudando sus recuerdos con su voz. Encoge sus manos de frío porque no quedan guantes que compartir, porque faltan manos que coger.
¿Y en este instante? Escribiendo para vengarse por Haberla devuelto la luz