jueves, 8 de julio de 2010

Un año sin título



La huelga de metro nos ha humanizado. Al principio corríamos empujándonos hasta lograr introducirnos en el vagón. Ahora, nos miramos resignados sin que nos importe rendir 10 minutos menos. Nos detenemos, observamos y analizamos inmortalizando momentos que se van con los metros que dejamos escapar. Somos uno más del TODO que forma el universo, una hormiguita que suma un número al censo. Algunos ni tienen ese derecho con la invención de las fronteras y divagan perdidos ocultando su identidad para no ser encontrados. Con papeles o sin ellos y obviando la raza, estatura, peso o color de pelo, compartimos andenes aireando nuestras almas heridas que escondemos trabajando, durmiendo, bebiendo, escribiendo o en los brazos de otro cuerpo perdido que busca el refugio inexistente. La sociedad que nos envuelve y nosotros que nos conformamos, tendemos a etiquetarnos erróneamente en grupos. Los sociólogos, expertos en asignaciones, lo denominarían "tribus emocionales". Hay quien se pasa años cargando el peso; otras personas aguantan horas, días e incluso minutos en desprenderse de él; otros, simplemente nos resignamos y aprendemos a vivir arrastrando los kilos sobre la espalda y comenzamos desde cero para elegir la levedad de la gravedad. Por eso celebro el no aniversario escuchándote después de meses sin recordar tu voz. Renegaría de mí misma si quisiera cambiar un sólo minuto. Soy la que fui, la que soy y la que seré: cuando arrancaste un trozo de cartón del paquete de tabaco, que más tarde colgaste en un hueco de tu corcho con mi teléfono, no sabía el vuelco que darías en mí. Cuando improvisé el juego de los dados y elegiste beso, sí. Cuando me tocó lanzarlos dejando la suerte al azar, te miré a los ojos y te dije: "atrevimiento". No fue el destino, fuimos nosotros. Hace días, tú y yo, comiendo perdices y finales felices. Que tinguem sort