martes, 4 de enero de 2011

Un día más o menos

Quedan pocas horas para que amanezca y termine un nuevo día: uno menos.

Las farolas iluminan las calles desiertas y los restos de la noche están decorados de noctámbulos que divagan sin rumbo, perdidos en la madrugada. El silencio se apodera de este Templo que invita a la reflexión y a la desconexión. De vez en cuando se ve interrumpido por los gemidos de una pareja escondida entre los arbustos entregándose los cuerpos ya medio desnudos. Los grados bajo cero que vamos arrastrando no les impide agudizar su pasión. No les importa. Tampoco a los borrachos de al lado que de vez en cuando entonan villancicos que ya han caducado con el tiempo. A mi lado dos chicos, que como yo, han venido a ver amanecer. “¿Me llamarás?” – le preguntaba uno buscando la palma de la mano del otro. “Pues claro. Si no, no te hubiera pedido el teléfono”. No pude evitar entrometerme y mi risa irónica me delató. Sin proponérmelo les había roto su momento idílico y los fuegos artificiales -los suyos claro- se apagaron. Seguí sin contenerme y estallé a carcajadas. Por sus caras no les debió de sentar muy bien mi actitud y se trasladaron al otro extremo de la barandilla. Quería explicarles que no me reía de ellos, que hacía unos minutos yo también había pronunciado las mismas palabras, aunque en mi caso, sin respuesta.. Mi risa nerviosa impidió que me disculpara con ellos y decidí seguir mi camino. Subía las escaleras para contemplar mejor la salida del sol pero, sin ti, se me caían encima después de que nuestros caminos volvieran a cruzarse. Yo también te pregunté una vez más“¿Me llamarás?” y otra vez tus notas, obligadas a actuar de portavoces, contestaron por ti. Me separaban kilómetros de aquél chico que le hizo la misma pregunta a su enamorado (por lo menos por esa noche). Él, deseaba que se parara el tiempo para fotografiar su momento. Yo, que pasaran los minutos deprisa para alejarme de los rotos de la noche.
Ya es de día y el sol sale de su escondite reluciente. Los copos de nieve recibieron a diciembre tiñendo las calles grises de blanco y el cielo descapotado y azul, despidió el año con frío. En esta otra ciudad hace calor. Desde que llegué, no dejan de subir las temperaturas y me sobra el abrigo. Se me olvidó pedirle a las nubes que unieran sus fuerzas para mearnos encima. Demasiados favores que devolverles. Ya se perciben los primeros movimientos. Las calles se visten con sus mejores galas para invitar al consumismo y entre ellas compiten por la decoración y los mejores escaparates. Las idas y venidas empiezan a repetirse. Unos madrugando y otros, sin dormir; unos parando los segundos y otros, acelerando las horas; unos mirando al pasado y otros, creando futuros, pero todos, bajo el mismo techo intentando sobrevivir. Y yo, deslumbrada por los rayos caminando entre cientos de personas sin sentirme una hormiguita más. Demasiados bailes bajo la lluvia sin cantarle al sol. Demasiadas deudas pendientes. Demasiado esfuerzo sale caro. Implorar a las gotas su ausencia, también. Lo sobrenatural es el resultado de las catástrofes. Al fin y al cabo el final feliz no siempre es el más adecuado porque el fin es testigo del presente. Buenas noches. Agárrate fuerte. Nos vamos a Groenlandia.

Quedan pocas horas para que anochezca y empiece un nuevo día. Uno más.