jueves, 16 de septiembre de 2010

Reflejos a medianoche

Esta noche, tu silueta se ha fundido de destellos mientras dormía. Te he visto reflejado en el cristal. Confundí el sonido de las gotas de la lluvia asomándose, con tus movimientos trepando hacia el último piso. Te encontraste la ventana abierta y entraste. Te colaste sin preguntar. Necesitabas cobijo, resguardarte para no mojarte. Yo, contemplarte. Empezaba a preocuparme la idea de que hubieras podido resultar herido en la eterna batalla sin ganadores ni vencedores. Hacía días que el cartero no llamaba a la puerta ni dejaba noticias en mi buzón. Impaciente, necesitaba saber que no te habían disparado. No, todavía no. Al momento contestaste. Y en ese instante, sólo en ese maldito instante, deseé que no sería mala idea que empezaras a habituarte a aquel horror y a ese olor a mugre de las víctimas que vais dejando por el camino y desaparecieras entre el batallón. Cogí la botella vacía de la mesilla e intenté introducir el papel con tu respuesta para que las olas te entregaran mi mensaje, pero mi mano tiembla al desnudar tu nombre. Lo descubriste a través de mis ojos. Agarraste mi mano con fuerza y apretaste la otra en mi costilla para que no volara con el aire. Mantuve los cinco dedos inmóviles. Cerramos los ojos, nos arrastramos y corrimos cogidos siguiendo la luz que nos guiaba hacia el destino que eligiéramos. “¿Dónde quieres ir?”-Gritabas- “A Praga, por ejemplo”-"Arropaté que refresca"-añadiste-. Sólo teníamos que saltar dos nubes, saludar a la luna, sonreír al sol y escalar dos estrellas, para encontrarnos en esa enorme plaza frente a la estatua de Franz Kafka.
Tú también la viste ¿Verdad? Porque.... ¿Eras tú? …. ¿O lo soñé?