jueves, 7 de octubre de 2010

Tocando la cima

-Te cambio 2 escalones por 19- Fueron tus últimas palabras antes de evocar al silencio.
-Pero ya estoy casi en mi casa… Llevo 94 y sólo me quedan 12 para abrir mi puerta-.
-Vives en el ático. Te sobran peldaños- Fue tu primera frase cuando recobraste la voz-.
Esperaba que me empujaras por las escaleras de nuevo a las mazmorras, pero no hizo falta. Con el roce de tu mano, descendí por la barandilla al estrecho pasillo de la entrada de ese antiguo Monasterio que estaban rehabilitando.
-No sigas. Conozco el siguiente frame-
-¿También has tenido un dèja vu?-
-Tengo varios a lo largo del día. Como ya los reconozco, me pellizco hasta arañarme para dejar cicatrices y poderlos contar. Si no olvidas, no existen los recuerdos. Ahora vete y gracias. Con tu regalo, tengo que sumar 17 escalones a los que me faltaban para llegar a mi casa-.
-¿Y si lo dejas para más tarde? Está a punto de llover….
Con mi cara de Aiffé, sobraron las palabras. Sin embargo, los temblores de mi cuerpo me delataron al enredarse la espada con la armadura. Cuando subí el primer escalón escuché tu portazo. 5 segundos después, y con 4 peldaños más a mi espalda, empecé a percibir un sonido distinto al de las campanas que suelen colarse por mi ventana cada mañana. Salí a la calle para averiguar de dónde provenía y te vi a lo lejos. Me escondí entre los coches para que no notaras mi procedencia. Me quité las zapatillas para no hacer ruido y recorrí el asfalto descalza tragando tu mismo aire y sintiendo tu respiración. Las notas sonaban cada vez con más fuerza y contenían palabras. Cuando diste la vuelta a la esquina me oculté detrás del árbol y me quedé quieta observando tus pasos y escuchando. Te seguí. El sonido era cada vez más nítido. Provenía de ahí, de ti, de mí. Me senté en el portal de al lado y soporté el descenso de las temperaturas que se iba apoderando de mis huesos. Abrí los tímpanos y cerré los ojos para volar y escuchar pero un ruido intenso y fuerte penetró de golpe en mi cerebro. No pude soportarlo más. Grité. Saliste y me viste. Estaba muerta de miedo. No sabía dónde estaba ni dónde podía ir. Los abrí. El pitido cesó y mi cuello sigue sosteniendo mi cabeza. No. No ha sido otro dèja vu. Las mismas marcas. No me he movido de casa.