lunes, 31 de enero de 2011

Aclaración+prólogo=EPÍLOGO

1. ACLARACIÓN
No eres tú. No soy yo. Es sólo una pequeña parte de su historia. Fue ella. Es él. Hoy celebra su día uno en este espacio. antes sólo mío, como el título. Quizás para despedirse para siempre de la oscuridad de los muertos, quizás para saludar coloreando a los vivos o quizás sólo para imitar a los pájaros su vuelo y encontrar su ansiada libertad

PRÓLOGO

2.


3. EPÍLOGO

Una vez conocí a alguien como tú pero sentí tanto miedo, que me hice desaparecer.    
      "Lo sé"-contestó él-. Esperé durante un tiempo y después desistí. Si te soy sincera siempre albergué la posibilidad de volver a verte- Lo había intentado ya demasiadas veces ¿Por qué esta vez iba a ser diferente? "Deberías haberlo vuelto a intentar" -contestó ella-.
La casualidad ha querido que volvamos a encontrarnos. Durante todo este tiempo he fantaseado con la posibilidad de que eso ocurriera. A veces, te encontraba caminando entre la multitud, nos chocábamos. Tú te volteabas para asegurarte de que era yo, nos mirábamos con la extrañeza de quien desconfía de la realidad. Mi voz quebrada exclamaba un "lo siento". Tú te acercabas con suavidad, como si ya supieras lo que debías hacer, como si cada movimiento estuviera ya integrado en tu cuerpo, preparado para la ocasión: "no pasa nada", susurrabas en mi oído. Y ahí terminaba todo, nunca pasábamos de ese plano. Para mí era suficiente; Otras veces no teníamos tanta suerte, ya no estábamos solos. No había música de fondo ni la multitud se ralentizaba a nuestro alrededor mientras nosotros permanecíamos estáticos, mirándonos. Entones nos encontrábamos en la zona de embarque de un aeropuerto, en las colas imposibles de un museo, o, tal vez, en la entrada de cualquier otra atracción cultural. Siempre era agosto, como aquella otra vez, la que sí fue real o la que inventamos. Nos encontrábamos bloqueados en aquella cola, no podíamos salir, tampoco desplegar el arsenal de movimientos perfectos y frases guardadas para la ocasión. En ese intervalo de tiempo estábamos condenados a mirarnos a hurtadillas y a resignarnos mientras aceptábamos el curso inevitable de los acontecimientos.
No era nuestro momento, tampoco lo fue el de aquel agosto. Unas veces era bajo el desmesurado calor de Estambul, entre la marabunta encajada en una cola mal organizada y el torbellino de contrastes y sonidos infinitos. Otras tantas veces era aquí, en tu ciudad, en la que nunca fue mía aunque decidiera quedarme. Tú sobresalías entre los demás, había sorpresa en tus ojos pero también complicidad "nos pueden descubrir. No digas nada". Ella buscaba algo en su bolso, sólo tenía que levantar la vista y seguir la dirección de tu mirada. "Si nos descubren, todo se habrá terminado. Vamos atrévete, yo lo haría por ti." "¿Es que no te has dado cuenta? Yo tampoco estoy sola". Pero tú no puedes, nunca pudiste ¡Joder! Ni mi maldita fantasía puede. Disimulas y colocas tu brazo sobre su hombro. Murmuro algo que ni yo misma logro entender. No sé por qué me elegiste.
                              Ojalá pudiera hacer que desaparecieras tú también.

martes, 11 de enero de 2011

Y............

Es la pregunta que más he escuchado en los últimos días pero, para mí, no era una novedad viajar a la ciudad de los rascacielos. La última vez, hace justo un año, cuando recorrimos Manhatan disfrazados de Nickie Ferrante y Terry Mckay imitando los pasos que encarnaban Cary Grant y Deborah Kerr en el clásico Tú y yo. La idea de volver a pasear por sus grandes avenidas sin rumbo alguno y sin tu brújula que nos guiaba, me asustaba. Los especialistas me diagnosticaron a la vuelta agorafobia, pero yo, que ya sabes que me encanta inventarme los términos, prefería llamarle miedo a las alturas, en vez de a los espacios amplios. Dejar de vivir del recuerdo de esos edificios me aterraba. Por eso cuando me lo propuso acepté como terapia regresar a esas calles para redecorarlas de nuevas imágenes y crear mi propia película. Lo que él no sabía es que yo ya tenía comprado el billete de vuelta, un día antes de lo previsto, para evitar de nuevo esos pinchazos que no me dejan apenas respirar. Ese día me desperté tarde para descansar. El vuelo era por la noche. Él dudaba de que yo subiera a ese avión y se pasó toda el día llamándome con un repertorio amplio de canciones imitando mi despertador. Temía que pasara por tu casa a despedirme y perderme bajo tu edredón buscando cobijo. No era fácil acceder a mis recuerdos para borrarlos y volver a dibujarlos, pero no dudé en dejarlos en esta ciudad. Al fin y al cabo me reencontraría con tus restos en la intersección de la Quinta Avenida. Cuando llegué al aeropuerto, sólo diez minutos más tarde, vi su cara de alivio: “Has venido”- me gritó desde la otra punta del mostrador-. “Shhhh, no hables tan alto”- le repliqué. Él me empujaba, tiraba de mí y corría muy deprisa. Yo sentía que mis piernas se movían por inercia. No era capaz de asimilar la información de los paneles que anunciaban que estábamos a punto de embarcar. Cuando nos bajamos del autobús que nos conducía al avión, el último baile bajo la lluvia. No paraba de diluviar: “Eres lo mejor que me ha pasado” –decía-. Yo escéptica, sonreía. Pasó todo el viaje planeando mi futuro y anticipando las bandas sonoras que adornarían el final perfecto con el que todos hemos soñado. Yo le dejaba hablar. Me parecía divertido. Cuando aterrizamos, y sin pasar por el hotel para dejar las maletas y tomar aire, tenía preparada una sorpresa para mí. Cogimos un taxi y ahí estábamos bajo el Empire State, el rascacielos más alto de Nueva York después del atentado de las Torres Gemelas “¿Ves el último piso? Te cogeré en brazos y juntos, tocaremos el cielo”. Porque el Empire State era lo más cercano al cielo que tenían en New York (…). Me tranquilizó ver que estaba cubierto de nubes. De la agorafobia y el vértigo, a la claustrofobia pero no puso ningún impedimento para subir los 102 pisos por la escalera de incendios. Cuando me ahogaba, arrastraba de mí; si me sentaba, me levantaba y cuando daba media vuelta asfixiada, tiraba de mí. Sólo quedaban 30 pisos y las vistas eran cada vez más alucinantes. Por primera vez, en el piso 99 le adelanté. Ya no había vuelta atrás. Tenía tantas ganas de llegar…. Tenía la boca seca y me metí en uno de los pisos para darle agua. No me importaba perder 5 minutos más para tocar la cima. Sus piernas empezaron a fallar pero rápido ideé un sistema de cuerdas para sujetarle y contemplar la inmensa ciudad. Cuando puse el segundo pie en la azotea del último piso grité “Por fin, lo conseguí ¡Qué vistas! Es el mejor regalo que me han hecho nunca”. Una orquesta acompañaba con violines nuestro momento. “Ssssshhhhh. No grites”- contestó a mi emoción. Cuando terminé de pronunciar la última palabra sentí su mano rozando mi espalda y me provocó un extraño escalofrío. Yo me giré y le sonreí: “No quiero moverme de aquí. Quiero seguir De Viaje por el sol”. Él me devolvió el abrazo. “Lo siento” -dijo mientras dirigió su mano contra mi espalda-. Me empujó al vacío. Mientras volaba pensaba: “Si tuviera una barita mágica me haría desaparecer”. La presión no me permitía gritar. El miedo cortó mi respiración. Y no encontré la última lágrima que me robaste en este mismo lugar. Dicen que cuando ves la luz, toda tu vida pasa por delante. Deseé con todas mis fuerzas no volver a respirar ni a sentir. Quedarme con las almas perdidas que divagan por estas manzanas y sobre todo, encontrarme con tus restos que yacían alrededor de este edificio. Es lo último que recuerdo. Perdí el conocimiento y el control absoluto de mi cuerpo. Antes de abrir los ojos noté que el sol brillaba con intensidad. Hacía mucho tiempo que no sonreía tanto y antes de recobrar el sentido me advirtió: “No te fíes de las nubes”. El ruido de las ambulancias me despertó. “Tranquila, ha sido sólo una sueño”- me decían unas voces que me resultaban familiares- “Compramos los mismos billetes para ponerte la red y que estuvieras a salvo”. “Es sorprendente” –repetía uno de los médicos “ningún rasguño”. “Es que me ha salido trapecista” contestaba ella con la misma cara que yo solía imitar.

Me levanté y las cinco cogidas de la mano caminamos hasta el amanecer.
¡Feliz año! Hemos llegado a Madrid.
¿¿¿¿¿YYYYYYYYYY???????????? – Les contesté-

martes, 4 de enero de 2011

Un día más o menos

Quedan pocas horas para que amanezca y termine un nuevo día: uno menos.

Las farolas iluminan las calles desiertas y los restos de la noche están decorados de noctámbulos que divagan sin rumbo, perdidos en la madrugada. El silencio se apodera de este Templo que invita a la reflexión y a la desconexión. De vez en cuando se ve interrumpido por los gemidos de una pareja escondida entre los arbustos entregándose los cuerpos ya medio desnudos. Los grados bajo cero que vamos arrastrando no les impide agudizar su pasión. No les importa. Tampoco a los borrachos de al lado que de vez en cuando entonan villancicos que ya han caducado con el tiempo. A mi lado dos chicos, que como yo, han venido a ver amanecer. “¿Me llamarás?” – le preguntaba uno buscando la palma de la mano del otro. “Pues claro. Si no, no te hubiera pedido el teléfono”. No pude evitar entrometerme y mi risa irónica me delató. Sin proponérmelo les había roto su momento idílico y los fuegos artificiales -los suyos claro- se apagaron. Seguí sin contenerme y estallé a carcajadas. Por sus caras no les debió de sentar muy bien mi actitud y se trasladaron al otro extremo de la barandilla. Quería explicarles que no me reía de ellos, que hacía unos minutos yo también había pronunciado las mismas palabras, aunque en mi caso, sin respuesta.. Mi risa nerviosa impidió que me disculpara con ellos y decidí seguir mi camino. Subía las escaleras para contemplar mejor la salida del sol pero, sin ti, se me caían encima después de que nuestros caminos volvieran a cruzarse. Yo también te pregunté una vez más“¿Me llamarás?” y otra vez tus notas, obligadas a actuar de portavoces, contestaron por ti. Me separaban kilómetros de aquél chico que le hizo la misma pregunta a su enamorado (por lo menos por esa noche). Él, deseaba que se parara el tiempo para fotografiar su momento. Yo, que pasaran los minutos deprisa para alejarme de los rotos de la noche.
Ya es de día y el sol sale de su escondite reluciente. Los copos de nieve recibieron a diciembre tiñendo las calles grises de blanco y el cielo descapotado y azul, despidió el año con frío. En esta otra ciudad hace calor. Desde que llegué, no dejan de subir las temperaturas y me sobra el abrigo. Se me olvidó pedirle a las nubes que unieran sus fuerzas para mearnos encima. Demasiados favores que devolverles. Ya se perciben los primeros movimientos. Las calles se visten con sus mejores galas para invitar al consumismo y entre ellas compiten por la decoración y los mejores escaparates. Las idas y venidas empiezan a repetirse. Unos madrugando y otros, sin dormir; unos parando los segundos y otros, acelerando las horas; unos mirando al pasado y otros, creando futuros, pero todos, bajo el mismo techo intentando sobrevivir. Y yo, deslumbrada por los rayos caminando entre cientos de personas sin sentirme una hormiguita más. Demasiados bailes bajo la lluvia sin cantarle al sol. Demasiadas deudas pendientes. Demasiado esfuerzo sale caro. Implorar a las gotas su ausencia, también. Lo sobrenatural es el resultado de las catástrofes. Al fin y al cabo el final feliz no siempre es el más adecuado porque el fin es testigo del presente. Buenas noches. Agárrate fuerte. Nos vamos a Groenlandia.

Quedan pocas horas para que anochezca y empiece un nuevo día. Uno más.